Acababa de terminar la última página de aquel maravilloso viaje en el que me había enfrascado desde que tú te marchaste.
"¿Y ahora qué?"
Me pregunté mientras cerraba el libro y me apoyaba contra la pared.
El recuerdo de tu adiós, los besos que no nos dimos, ahora todo aquello estaba a flote. No tenía nada que pudiese distraerme de aquellos malsanos pensamientos.
Intenté disuadir mis preocupaciones con la única alma que nunca me había abandonado:
mi guitarra.
Quise tocar aquel viejo
blues que tanto te gustaba, pero del rozar de mis dedos y las cuerdas sólo salió un grito al desaliento.
En aquel momento comenzó a sonar '
Wild horses' y la benzedrina comenzaba a surtir efecto.
Desde aquel mugriento colchón situado en la penumbra de un vacío cuarto
sólo se veían luces de neón.
Comencé a mirar lo único a lo que podía aferrarme; lo único que podía probar que lo nuestro no había sido un dulce delirio producto de las jodidas anfetas:
las fotografías.
Estaba aquella foto que te hice en la playa mientras observabas el horizonte.
Aquella otra tumbada en la cama hablando de no se qué maravillas.
Y las más dolorosas: aquellas que fueron hechas con el disparador automático.
Éramos felices, bueno, o por lo menos lo recuero así.
Ahora en todas esas fotos sólo veía una mirada que pedía auxilio
acompañada de una sonrisa disfrazada.
Miré por la ventana, me topé con las luces del club de enfrente. Necesitaba verte por última vez, pero sabía que eso era imposible.
O quizás no lo fuera.
Dicen que cuando vas a morir ves pasar la vida ante tus ojos,
y sin duda alguna mi vida habías sido tú.
Me dirigí a hacer aquello que había intentado llevar a cabo varias veces,
intenté encontrar el valor del que había estado rehuyendo toda mi vida,
esta vez no me iba a temblar el pulso al apretar el gatillo,
y no lo hizo.
-Carol
